Al caer la tarde, la brisa empezó a dibujar roleos con el humo que exhalaba, como suspiros, un incensario ennegrecido y viejo. El sol se iba muriendo sobre un lecho de estrellas incipientes y le amortajaba con delicada ternura un atardecer vestido de tonos sepias. Yo la esperaba, como cada viernes, entre las sombras mortecinas de aquella callejuela triste, donde la algarabía de la infancia y los primeros juegos ya eran solo un hermoso recuerdo.
Leer más…